Desafíos de la
coyuntura latinoamericana
Patricio Echegaray
En estos días debemos admitir
que ni el sentimiento placentero y tranquilizador que nos transmite el
extraordinario éxito de Evo Morales y sus compañeros de la revolución
boliviana, batiendo a la oposición con algo más del 60% de los votos, debe
tranquilizarnos por un momento frente al accidentado camino que nos deparan estos
días finales de octubre, ante las evidentes dificultades que enfrenta Dilma
Roussef en la segunda vuelta electoral, y Tabaré Vázquez en su intento de retornar a
posiciones de gobierno de la mano del Frente Amplio.
Estas dificultades visibles,
que sin duda influirán sobre el proceso electoral argentino, presentan el
interrogante de si podrán las fuerzas progresistas, que hasta ahora han asumido
los gobiernos de esos países, continuar en el control de los mismos.
Las preocupaciones no surgen de
“un estado de ánimo” sino de poderosos emergentes de la realidad.
En primer lugar el hecho
incontrastable de que la región se encuentra en un proceso de dificultad
económica que parece haber puesto fin a la llamada década virtuosa, que mal que
le pese a nuestros gobernantes excesivamente dados a referir los éxitos sólo a
los méritos de su gestión, contó con el llamado “viento de cola” que favoreció,
por un lado, meritorias distribuciones del ingreso disimulando la perentoria
necesidad de cambios estructurales que promuevan una verdadera distribución de
riquezas que logren cambiar la correlación de fuerzas entre clases al interior
de nuestros países, haciendo menos vulnerables estos procesos.
No quedan dudas que la
refocalización hacia gastos sociales de parte de los beneficios del superávit
en las cuentas corrientes, obtenidas en el comercio exterior del presente
siglo, ha servido para expandir el mercado interno, bajar cuotas de pobreza e
indigencia y modificar módicamente la educación, salud y vivienda disminuyendo
sin duda la llamada deuda social. Pero esto no ha impedido que la “parte del
león” haya ido a parar a manos del gran capital en gran parte imperialista y en
menor medida de socios locales que han concentrado ingresos exportando
capitales ganados en el país y no han mostrado un ápice de voluntad nacional
desarrollista, como el gobierno esperaba de la tan mentada “burguesía nacional”.
Más allá de esto, este cuadro
explica los éxitos electorales que permitieron reiteradas elecciones que han
llevado a procesos gubernamentales de más de una década tanto en Venezuela,
Argentina, Brasil y Uruguay.
Por eso es justo reconocer que
se obtuvieron logros muy importantes en cada uno de los países en cuanto a
inclusión social y ampliación de derechos. Economías empantanadas como la
uruguaya se levantaron y casi florecieron;
Bolivia vivió un importante cambio de la mano de quien fuera
estigmatizado como un “indio analfabeto” llegando a convertirse en el verdadero
impulsor de un “milagro” económico dignificador para el pueblo boliviano.
Brasil incorporó al mercado
casi la población de una argentina entera y, sin embargo constituye un desafío
principal para la fuerza progresista analizar el carácter capitalista y
fuertemente asistencialista de estas políticas que, al no haber emprendido
cambios estructurales, pueden propiciar el retorno del neoliberalismo con
serios desafíos para la época de cambios que vive el continente.
A esta altura, surge con
naturalidad la pregunta sobre el porqué la falta de consolidación de procesos
largos y con incontables elementos a defender.
Sin dudas, las inconsistencias
de las hegemonías progresistas han sido tan evidentes que han impedido encarar serias
medidas de corte anti neoliberal y mucho menos de tenor postcapitalista.
Así las cosas, agotado el
proceso virtuoso del comercio internacional vuelve “la muela a doler” y a
padecerse la inflación, la pérdida de empleo, el aumento de la pobreza y la indigencia y el estancamiento cuando no
disminución lisa y llana del PBI.
Las referencias a la
inconsistencia del progresismo no nos son extrañas, Chacho Álvarez y Frente
Grande mediante, esto no nos exime de analizar y asumir nuestras insuficiencias
desde la izquierda para hacernos escuchar, aún con planteos que en términos
generales son correctos y han marcado en cada momento las necesidades de
profundización estructural del proceso enmarcando un programa que, en el caso
del Partido Comunista han sido expuestos en numerosos momentos, entre los que
se destacan los programas del Castelar I y II.
Un paso importante en el
inventario de dificultades es la falta de construcción de fuerza con capacidad
para sustentar estos procesos, cosa que es particularmente visible en Argentina
y en otros países donde se dio la desestructuración de las fuerzas de sostén, como
puede observarse en el PT y en el Frente Amplio.
No es un componente menor que
el manejo discrecional del Estado ha aportado tendencias de corrupción que son
aprovechadas y lo serán cada vez más por lo sectores de la oposición.
Pero el punto central de las
dificultades radica en la voluntad del enemigo histórico del continente, el
imperialismo norteamericano, que envuelto en una crisis civilizatoria procurará
guerra y caos en el mundo y se empeña en hacer retroceder el proceso en América
Latina.
Para ello emplea y aplica todo
tipo de planes agresivos, desde aquellas
más o menos clásicas como en Honduras,
institucionales, como en Paraguay, guerras intestinas como en Colombia,
procesos de desestabilización múltiple, como en Venezuela, incluido el
magnicidio; fondos buitres en Argentina y campañas de desestabilización
mediática en todos lados. En suma una
verdadera guerra de múltiples componentes, antes llamada de “baja intensidad” y
ahora reciclada con el nombre de “guerra de 5ta. Generación”.
El factor que aún consigna el
imperio en esta nueva etapa de conspiraciones electorales, es la constatación de que, como decíamos, salvo
algunas transformaciones más profundas realizadas sobre todo en Bolivia, los
gobiernos en cuestión no han propiciado cambios que vayan más allá de la
distribución de la renta, sin atacar la riqueza.
En rigor las burguesías locales
no fueron perjudicadas por los gobiernos progresistas, todo lo contrario, es frecuente
escuchar a la presidenta Cristina Fernández referirse a que la burguesía ha
ganado “plata en pala”, y no miente. Un economista argentino ha dicho que
Kirchner logró la cuadratura del círculo bajando el nivel de protesta con
medidas progresistas, impulsando una era de prosperidad, al tiempo que logró
fabulosas ganancias para la burguesía agraria e industrial.
Ahora, si no han perdido tanto
o no han perdido nada, ¿por qué el imperio no cesa en su ofensiva?
Primero, tratan de vengar la
derrota del neoliberalismo y sus partidos insignia de los 90.
Segundo, vienen por las
riquezas energéticas, minerales, acuíferas y de biodiversidad del continente.
Tercero, son consientes que de
el proceso de integración de América Latina pueden surgir alternativas
post-capitalistas y esto sería mortal para la crisis mundial en que está
sumergido.
Cuarto, y diríamos fundamental,
no pueden aceptar la derrota que significó el No al ALCA en el 2005.
Desde fines de los 90, el
imperialismo y las clases dominantes de buena parte de la región se adecuaron a los cambios de gobiernos, pero
no resignaron el poder y hoy tratan de recuperar los mismos para sus
representantes impulsando por cualquier medio la llamada “restauración
conservadora”. Buscan hacerlo preferentemente a través de vías electorales,
pero también aplicando, si es necesario, la llamada resolución 180 del
pentágono que no descarta cualquier forma de subvertir el orden, incluso
apelando a agresiones militares contra gobiernos o adversarios.
Es un hecho que la influencia
de las muertes de Hugo Chávez y Néstor Kirchner nos debilitó en la región y resultó
un duro golpe para los procesos más avanzados. Pero lo que se ha logrado en
estos años es muy importante y debe ser la base sobre la cual los pueblos
latinoamericanos se afirmen para defender lo realizado y avanzar.
Hoy, los pueblos
latinoamericanos viven el momento más importante desde la revolución cubana y
estoy seguro sabrán defenderlo también en las urnas.
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