La necesidad de cambios estructurales
Patricio
Echegaray
Las medidas de
congelamiento de precios por 60 días tomadas por el gobierno deben ser vistas,
a nuestro entender, como un síntoma de la compleja situación económica que, en
buena parte como derivación de la crisis capitalista mundial, enfrenta nuestro
país.
La puja
distributiva que impulsa una carestía de la vida que afecta principalmente a
los sectores populares, en el marco del descenso del crecimiento al 1,9% en
2012 anunciado por la presidenta, encienden luces de alerta sobre la economía
argentina en 2013 y evidencian la necesidad de encarar de forma firme y
consecuente las reformas estructurales profundas que nos lleven a dejar atrás
definitivamente la matriz neoliberal que aún condiciona nuestra economía en un
país en el cual se ha avanzado en algunas medidas que fomentaron un crecimiento
en la distribución del ingreso, pero que aún no ha tomado medidas efectivas por
la distribución de la riqueza, la cual ha continuado concentrándose significativamente
en el país.
No está de más
insistir, la derecha real, encarnada en las grandes empresas, en las 20
empresas que producen el 80 por ciento de los alimentos y artículos de mayor
consumo, en los verdaderos grupos de poder económico, político y mediático, interviene ferozmente
en la puja distributiva, extorsiona y pone condiciones, siendo protagonista y
responsable en la fijación de precios que provocan inflación.
Como venimos
planteando desde el Partido Comunista en diversas oportunidades, y hemos reforzado
particularmente en nuestros documentos conocidos como Castelar 1 y 2, debemos
sumar al análisis sobre el desarrollo de la crisis, una serie de puntos para
debatir el proyecto de país que debemos impulsar.
El proceso
argentino está sujeto a la generales de la ley de los procesos latinoamericanos
que hasta ahora han avanzado sobre las cuestiones más filosas del
neoliberalismo, pero aún no han avanzado en profundos cambios estructurales lo
cual, entendemos, es la etapa que debemos asumir.
Entendemos que
librar este debate es fundamental no sólo frente a la derecha que aspira a
volver al neoliberalismo salvaje de los 90, sino que también resulta
impostergable darlo al interior del campo popular, es decir con el progresismo,
con la izquierda y con el propio gobierno.
Sabemos que este
es el debate más complejo, un debate que debemos dar sin confundir al enemigo
principal, pero a la vez el que encierra la verdadera potencialidad de alumbrar
un proyecto alternativo de país.
Como decíamos,
los pasos dados en la distribución del ingreso y otras medidas tomadas por el
gobierno constituyen un piso que se debe valorar en su real dimensión y
defender ante los embates de la derecha. Por eso no podemos confundirnos,
defender el piso alcanzado resulta fundamental para cualquier proyecto
transformador que podamos impulsar, retroceder en esto solo beneficiara, a
mediano plazo, los intereses de la derecha, pero desde el piso alcanzado
debemos empujar los cambios necesarios para perforar el techo impuesto por la
derecha, los sectores concentrados de poder y las limitaciones que condicionan
a sectores del propio gobierno.
Buscar la
superación de los problemas económicos que se enfrentan requiere sostener un
franco intercambio de ideas al interior del campo popular sobre la necesidad de
avanzar sobre la vigencia de algunos espacios claves del modelo neoliberal y
del Consenso de Washington.
Por eso, si bien
los valoramos, no debemos sacralizar los avances alcanzados y silenciar
nuestras críticas por el temor a hacerle el juego a la derecha. El juego a la
derecha se le hace cuando se hace seguidismo de sus políticas apostando al
desgaste del gobierno como, por ejemplo, sectores autodenominados progresistas,
muchos de ellos agrupados en el FAP, realizan cotidianamente, y no cuando se
critica al gobierno y se busca aportar marcando sus límites y lo que todavía
queda por hacer.
Aún no se avanzó
resueltamente en la recuperación del patrimonio nacional entregado en momentos
del auge neoliberal como la energía, el transporte ferroviario y marítimo y no
se ha avanzado tampoco en el rescate de los recursos naturales.
Se mantienen las
condiciones que garantizan las ganancias extraordinarias del capital
concentrado, por lo cual, si bien ha mejorado en parte la situación de los
sectores populares, la desigualdad no solo se mantuvo, sino que continúa
incrementándose.
Resulta evidente
que si se mantiene esta gigantesca desigualdad, si subsisten las injusticias
sociales, si no se toman medidas para disminuir la inflación, estas serán, más
temprano que tarde, un caldo de cultivo ideal las para maniobras
desestabilizadoras del imperio.
Resolver esto no
es posible apelando solamente a la distribución del superávit estatal.
Será necesario
afectar a las grandes fortunas, las súper-ganancias, controlar el sistema
financiero y gravar su movimiento, es decir, avanzar en cambios estructurales
en el sistema económico del país.
Este es el
desafío de la hora, y a esto buscamos aportar desde el Partido Comunista. Lo
hacemos desde una posición autónoma que de ninguna manera implica neutralidad o
prescindencia sino que nos permite apoyar enérgicamente un conjunto de medidas
tomadas por el gobierno, sin dejar de aclarar que las consideramos solamente un
piso, importante sí, pero un piso desde el cual es imprescindible trabajar para
elevar el techo y superar positivamente la disyuntiva de la hora entre
radicalización o restauración neoliberal.
Como venimos
sosteniendo, a nuestro juicio, esta emergencia requiere de un plan de acción
que se articule y con base en los siguientes ejes: la profundización de la integración
latinoamericana, la distribución de la riqueza y la reforma impositiva, la
recuperación del patrimonio nacional, la transformación del sistema financiero
en servicio público, el desarrollo rural sustentable, la promoción de la
economía social y la ampliación democrática.
Sobre estos ejes
proponemos llevar un debate que debe servir para crearnos mejores condiciones
para enfrentar la crisis, pero también como forma de aportar a la construcción
de un proyecto de país que debe ser levantado y defendido por el campo popular a
través de la construcción de una fuerza política amplia, frentista que sirva
como sostén e impulsora de los cambios necesarios.
Esto resulta
impostergable en una coyuntura donde, reiteramos, la disputa en nuestro país y
en la región sigue pasando entre la radicalización
de los procesos de cambio o restauración reaccionaria neoliberal.
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