miércoles, 12 de noviembre de 2014

97 Aniversario de la Revolución Rusa

El martes 11 de noviembre se realizó en el Comité Central del Partido Comunista un acto/homenaje a la Revolución Rusa.
Compartimos la mesa con Atilio Boron y Beto Borro ante una concurrencia que desbordó el salón de actos de nuestro local. Comparto a continuación una trascripción de lo manifestado en el acto.


La Revolución Rusa y el mundo de hoy

Patricio Echegaray

A 97 años de la gloriosa Revolución Rusa, y más allá de las limitaciones y críticas que puedan hacerse al desarrollo de la misma, no quedan dudas que como realidad económica, social y cultural, sigue siendo un dato positivo para la humanidad.
Tras su caída, se abrió un periodo de unipolaridad estadounidense en el cual, la promesa de bienestar general con la que el capitalismo se expandió a todo el planeta luego de la caída de la experiencia soviética y la derrota del “enemigo rojo”, demostró en pocas décadas su total inviabilidad, la barbarie a la cual somete al mundo a través de la lógica de lucro sin límites, financiarización, militarización e individualismo que le dan razón de ser.
Hoy, la profundización de esta lógica tiene inmerso al capitalismo en la peor crisis de su historia, de carácter civilizatorio, sosteniéndose en su hegemonía militar, provocando una cantidad de guerras focalizadas y muertes a lo largo del planeta.
Vale recordar que en 1990, un grupo de Partidos Comunistas escribimos la Carta abierta a las fuerzas revolucionarias y progresistas, más conocida como la carta de los 5 en donde caracterizábamos que, a la crisis de alternativa producto de la debacle y caída de la URSS, le correspondía una crisis del capitalismo que comenzaba a demostrar su carácter de civilizatorio.
En esos años difíciles para las fuerzas revolucionarias, donde la hegemonía comunicacional del capitalismo le permitió esconder los efectos y proyecciones de su propia crisis, esta manifestación de un grupo de dirigentes comunistas no fue sólo un acto reflejo de resistencia, sino que se fundamentó en la convicción de que el marxismo seguía siendo la mejor herramienta de análisis político/social desde el cual, teniendo en cuenta los aciertos y los errores de la experiencia concreta sovietica, continuar elaborando un proyecto alternativo de sociedad que supere al capitalismo.
Mientras los ocasionales triunfadores de ese momento lograron imponer en amplios sectores la idea de que la caída del bloque socialista arrastraba consigo todo intento de pensar un proyecto alternativo al capitalismo, que la contrarrevolución conservadora había triunfado definitivamente en todos los frentes y que el capitalismo en su fase neoliberal y las pseudos-democracias occidentales, concebidas como verdaderas plutocracias por los sectores dominantes, eran la estación terminal en la historia de la humanidad.
Muy rápidamente esta fábula voluntarista llegó a su fin.
La historia siguió en movimiento y los que prometieron paz y bienestar, una vez liberados del peligro rojo, nos precipitaron en un mundo de guerras, concentración y financiarización del capital, de desocupación y hambre para los pueblos.
Envalentonados con su triunfo en esta “tercera guerra mundial” que se libró en términos ideológicos y económicos, donde resultaron transitoriamente derrotados los ideales de la Revolución Rusa, desestructuraron los Estados de bienestar surgidos en Europa occidental tras la pos segunda guerra mundial, instalando un modelo de concentración de la riqueza y aumento de la pobreza, mientras fructificaron las ideas que postulaban la maldad intrínseca del Estado y las bondades del mercado y la iniciativa privada.
Todo esto demostró su falsedad, por lo cual decimos que una pregunta permanece abierta: ¿El camino iniciado por la Revolución Rusa, puede ser continuado?
Hoy, a 97 años de la gloriosa revolución de octubre y a 25 años de la caída del Muro de Berlín, seguimos pensando que sí.
Entendemos que la Revolución Rusa es un elemento poderoso para atraer a nuevas generaciones y para recomponer la subjetividad revolucionaria de sectores que, ganados por la derrota, se volcaron hacia ideas de la llamada tercera vía y pensaron que dentro del sistema capitalista podía haber una salida haciendo de las reformas su fin.
Por eso nuestra reivindicación de la revolución rusa no es nostálgica, porque estamos seguros de que el camino abierto por Lenin y sus camaradas es el que debemos seguir transitando.
Esto es así no solo por la justicia y el humanismo que conforman el ideal comunista. También porque sus enemigos, quienes vencieron en esta tercera guerra mundial librada en el terreno ideológico, entraron rápidamente en una crisis sin parangón para el capitalismo en su historia.
Tanta es la profundidad de esta crisis, que algunos de sus principales ideólogos y estrategas como Brezinski aseguran que encuentran cierto paralelo entre los síntomas del deterioro soviético con los actuales problemas internos del imperio norteamericano.

¿Cuáles son estos problemas en EE UU?
Brzezinski menciona seis amenazas.
Pri­mero, la creciente y con el tiempo insostenible deuda pública. Hoy supera el 60 por cien del PIB, pero si el país no pone en marcha un verdadero plan de reforma que, simultáneamente, reduzca los gastos e incremente los ingresos, el mal ejemplo de otros imperios lisiados financieramente proyectará su sombra sobre el gigante americano. El imperio español es uno de los que vienen a la memoria.
La segunda debilidad es su defectuoso sistema financiero. La caída de Lehman Brothers en 2008 está aún fresca como para que sea necesario detenerse en este punto.
Tercera debilidad: la creciente desigualdad, emparejada con una movilidad social estancada. Esto supone un peligro para el consenso social y la estabilidad democrática del país. EE UU es en estos momentos la gran potencia más desigual del mundo.
La cuarta debilidad, la decadente infraestructura nacional, es muy ilustrativa. Si una imagen vale más que mil palabras, bastaría observar algunos trenes y aeropuertos americanos.
La quinta vulnerabilidad es una población sumamente desinformada sobre el mundo actual. El americano medio sabe poco de historia, geografía, actualidad política internacional… y ello se debe, entre otras causas, al dudoso sistema educativo nacional.
La última amenaza, relacionada con la anterior, es el crecientemente paralizado y altamente partidista sistema político estadounidense. El compromiso es cada vez más difícil de lograr en América. Un presidente como Barack Obama, que ha hecho del bipartidismo y del consenso sus señas de identidad, ha visto cómo le resulta cada día más difícil llegar a acuerdos con los republicanos, ya sea en materia presupuestaria, sanitaria, financiera. Los resultados de las últimas elecciones parlamentarias son una muestra de esto.
Estas son las amenazas internas que minan las perspectivas de EE UU más allá de los periódicos y falsos anuncios de que comienzan a salir de la crisis. Pero no debemos olvidar que a pesar de ellas, por encima de ellas, sigue siendo hoy, insistimos, la potencia hegemónica global. Y Occidente sigue dominando, en gran parte, el mundo. 
Pero al analizar lo sucedido con la Revolución soviética, que muchos propagandistas han querido vender como la derrota final del comunismo,  debemos tener en cuenta a la misma como la primera y más importante experiencia de construcción del comunismo, pero no la única y definitiva.
Teniendo en cuenta esto, debemos pensar críticamente estas experiencias que en nuestros días incluyen a China, Cuba, Vietnam, Laos, Camboya y Corea del Norte, para sacar nuestras conclusiones y entender al socialismo como momento de transición hacia el comunismo que cada experiencia concreta la vive y desarrolla según sus particularidades.
Otra de las razones por las que seguimos convencidos de la necesidad y oportunidad de seguir adelante con las ideas comunistas y la reivindicación de la Revolución Rusa, son los procesos que se están llevando a cabo en América Latina y el Caribe.
En esta región, pese a las dificultades, las incoherencias y las limitaciones que puedan demostrar los distintos gobiernos, se está desarrollando un proceso de antiimperialismo, de reformas con sentido antineoliberal que marca un camino en la lucha por la construcción de alternativa.
Estos son procesos que no están definidos, pero que por sus desafíos a algunos aspectos de la lógica neoliberal, despiertan el odio y buscan ser derrotados por sus enemigos utilizando todos los medios a su alcance, como se demostró una vez más en este último periodo electoral en Brasil y Uruguay.
La situación Argentina debe ser analizada en este contexto y nos preocupa que el proceso sea alcanzado por un retroceso conservador. Su principal debilidad sigue siendo la ausencia de una fuerza política que sostenga los avances logrados, que efectivamente busque superar al peronismo que insiste en apostar a una burguesía “nacional”, local decimos nosotros, degradada, que solo apuesta a la apropiación y concentración de riquezas.
Esta es una de las debilidades fuertes del proceso, no existe el sujeto del cambio, debemos transformar al sujeto social en sujeto político, para esto la clase obrera debe romper con la hegemonía de la burguesía.
Hoy vivimos una situación que expresa un verdadero cambio de época y enfrentamos nuevamente la necesidad de superar al capitalismo y retornar a los ideales comunistas.
Pero entender este proceso de doble crisis, no nos puede hacer caer en una simplificación determinista que prediga que, así como la crisis que atravesó el modelo socialista llevo a la caída de la URSS, la actual crisis del capitalismo traerá por sí sola su caída.
Evidentemente derrumbe per se no habrá, es necesario la construcción de alternativas, para esto hace falta organización y una orientación anticapitalista para avanzar en los cambios.
Son varios los ejemplos que podemos dar, pero solo recordar los efectos de las inundaciones del hace unas semanas, la falta de resolución de este problema por los sucesivos gobiernos no hace más que darnos una muestra de la profundidad de la crisis del capitalismo argentino.
Por eso, cuando planteamos profundizar los cambios estructurales es porque sabemos que el capitalismo, como sistema, está imposibilitado para solucionar los problemas de fondo. Esto no solo plantea problemas de gobierno, sino, fundamentalmente, problemas de poder, problemas que solo podemos enfrentar constituyendo el sujeto social, el sujeto político de los cambios.
Debemos detenernos en este tema porque en la izquierda argentina hemos padecido de una impotencia histórica en la resolución de estos temas.
Para no irnos muy lejos en la historia podemos recordar que tuvimos una oportunidad en los 70 cuando se constituyeron las Juventudes Políticas, pero cada corriente privilegio su visión por sobre el conjunto, por sobre la unidad y ya sabemos lo que pasó.
Sin duda otro momento se dio con la capitulación de Alfonsín y su declaración de la Economía de guerra, en ese momento, pese a la masiva movilización popular y a la indignación reinante tampoco se logró constituir la fuerza necesaria para enfrentar la situación y, como resultado, la burguesía y el imperialismo pudieron abrirle las puertas al menemismo y la barbarie neoliberal.
Más adelante, frente a la crisis del 2001, una verdadera crisis orgánica del gobierno burgués que generó para el movimiento popular grandes posibilidades si se seguía el camino de la unidad y la organización, término marcando un nuevo desencuentro que culmino con la llegada de Kirchner al gobierno de la mano de Eduardo Duhalde y la recomposición de la gobernabilidad tras el horizonte de instaurar un capitalismo “nacional”, un capitalismo “serio”.
Hoy, es evidente que la posibilidad abierta de que la restauración conservadora avance, está facilitada por la ausencia de voluntad del gobierno de haber constituido una fuerza política que sustente los cambios realizados. Sabemos que la responsabilidad no es solo del gobierno, que a las fuerzas de izquierda y populares nos cabe también una buena parte de responsabilidad, pero esto no significa que la responsabilidad mayor recae sobre quienes hegemonizan el proceso político.
Estos pocos ejemplos, podríamos dar otros, demuestran que estamos ante una tarea que requiere toda nuestra inteligencia y nuestra voluntad.
La inteligencia y voluntad que tuvieron los revolucionarios de octubre.
Por eso entendemos que la Revolución Rusa tiene ya para nosotros muchos aspectos que forman parte del balance histórico, y yo, Patricio Echegaray, no dudo que, en el futuro, la misma sea considerada como un particular primer ensayo de superación del capitalismo que debe ser analizado críticamente.
Pero entre los grandes aportes que no se pueden discutir, como el haber derrotado al nazi-fascismo, la razón fundamental por la que el imperialismo, el capitalismo descarga tanto odio sobre este proceso histórico es que el mismo represento el primer salto de calidad en gran escala de lucha anticapitalista.
Obreros, campesinos, soldados, dirigidos por el partido de Lenin, se organizaron y demostraron que era posible vencer y establecer un gobierno y un poder revolucionario y bajo su inspiración se desarrollaron todos los procesos revolucionarios del siglo XX.
Por eso la Revolución Rusa es nuestro faro, una luz que nos sigue guiando en el camino revolucionario. Valorar la Revolución Rusa es refrendar nuestra identidad y nuestro compromiso con la revolución y con el comunismo.